Dame la mano

Dame la mano,
jálame hacía abajo.
Sal de tu abismo y mátame.
Destroza mi cuerpo,
mi mente,
mi vida.
Llévame lejos y hazme de nuevo.
Carne de mi carne,
verso de mi verso.
Exprímeme de pasado
y lléname de sueños.
Hasta que me hinche de nuevo.
Y no sea la sombra de lo que era.
Dame la mano
y acaba esta espera.

12 respuestas a “Dame la mano

  1. ¡Hijo mío! Es muy bonito, a qué negarlo, pero ¡qué bestia! ¿Pedir que te descuarticen? ¿De verdad?
    Ves, por eso creo que la poesía no me va. Yo pediría sexo en almíbar. O si es menester un renacer, que no duela y que no amargue.
    Claro que un renacer así no sé si existirá…

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      1. Pero por sus venas corría icor y su piel era de oro. Es distinto, qué leñe. Yo tengo sangre espesa y mi piel llena de pelusilla, granos y barrillos. ¡No hay color!
        Además, creo que mis hermanos me tienen en cierta estima, y no veo a mi mujer corriendo detrás de unos cachos de carne para machihembrarlos y machihembrarnos.

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      2. Mientras que la gente no me ponga una cabeza con cuernos para idolatrarme… —que es que hay algunos idólatras muy cabritos, no vaya usted a pensar que no—.
        Si así me quitan mis hijos de trabajar, que qué quieres, que se hagan faraones o «furgoleros» y que luego digan que es explotación infantil.

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      3. Mira, que hace poco leí sobre el casco austriaco y su cuerno. Iba remachado al casco en sí, y enroscado a una peana para poder cambiar el pico por unos flecos de adorno. Ésa es la puesta. Pero la influencia de sus dimensiones y forma sobre la propia puesta, o viceversa, vaya usted a saber, la desconozco por completo.

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