En la octava ostentas en tu pecho,
La palabra Invencible,
Y le doy la razón al emblema,
pues aquí dentro,
en mi corazón, en mi cabeza,
en mi alma o lo que sea,
nada, vida mía, te supera.
Si hasta tú misma apenas te sostienes
de lo mucho que enorme es tu grandeza.
Y debes apoyarte en tu mano,
sobre un pedestal descansando la belleza.
Mientras tus ojos cansados sostienen,
de alguna manera,
tu sonrisa siempre eterna.
En la octava están las ganas
de acunarte entre mis brazos,
de hundirme en tu cuello
y besar tu cuello desnudo.
Hay personas que pasan por nuestras vidas que son insuperables. Un poema precioso. ¡Un abrazo!
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No podría haberlo dicho de otro modo… Bueno, técnicamente si podría pero me llevaría otra entrada.
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¡Húndase usted en tan delicado cuello y bese! ¡Bese hasta que la respiración se le corte y le haga retirarse a un lado buscando aliento!
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Me limitaré a sonreír ya que contestarle sería abrir el alma más de lo que el cuerpo permite 🙂
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Sí, dejarse llevar por las ganas y volcarse en besos casi carnívoros: un anhelo doliente. Pero ella asciende por la escalera imperial, fría en consonancia con la piedra, hasta el púlpito desde el que no hablará. Todopoderosa, mira sin ver. Y sin devolver los besos.
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como la Luna…
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