Y desapareció,
finalmente, para siempre,
desapareció.
Su luz se apagó.
Y aunque aun seguía existiendo,
desapareció.
No volvió a inclinarse sobre su frente,
a dejar su cabello pendiente,
a dejar que sus puntas le rozaran la boca,
desapareció,
y se llevó con ella todo lo que él le dio.
solo dejo un hueco,
en el fondo de su pecho,
un triste agujero
por donde se desbordaban los anhelos,
los suspiros,
los sueños,
todo aquello.
Todo aquello que lo llenaba de vida,
y su cuerpo cayó fulminado allí mismo,
de muerte,
inerte,
Desapareció,
y dejo su recuerdo para que le atormente.
Desapareció,
y le dejo a su suerte.
Desapareció
y lo condeno a estar consigo para siempre.
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Versos de soledad forzada. Condena en el castillo de If con la luna a través de la claraboya como sola compañía.
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¿Sabeis? Me voy a quedar con eso del «Castillo de If» me encanta como suena.
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Vuelven de nuevo esos versos melancólicos que echaba de menos… ¡Un gusto leerte de nuevo!
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Gracias, ya estaré un poco más seguido hasta que el alma aguante. 🙂
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Tienen huella tus versos. Los recuerdos, algunos, atormentan. Desde luego
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Gracias, y sí, no son todos blancas rosas desespinadas las que florecen en mis tierras. Pero espero que su fragancia le satisfaga.
Gracias por pasar un rato por aquí. 🙂
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