Baila el demonio en su orilla,
en sus ojos la luz no existe,
una ausencia oscura,
ensombrecida por la privación,
de aquella luz que el mundo le negó.
Lleva una toga azul
y camina por sobre las aguas,
y de las lagrimas que caen de sus ojos
se empapan las ropas mojadas,
llenando gota a gota,
el lago por el que ahora anda.
A su ausencia fue creado,
El primero de todos,
el octavo de los siete,
su rey ensombrecido.
De su sombra ha nacido,
del su luz perdida,
El padre de los demonios,
que danzan a la orilla.
Llora el demonio sobre el lago,
llenando el mismo con sus llantos,
danzando lentamente,
soñando,
anhelando,
danzando lentamente sobre el salado,
siempre a la espera,
de que su falta sea eterna,
para que nunca pare el torrente,
de que sus ojos se vierta,
para que no sane la herida abierta,
que lleva el alma sobre su vientre.
¿Volverá su luz a apaciguarle?
¿Se lo llevará con ella?
¿O es que ha venido la tristeza para quedarse
para dominar al alma muerta?
¡Qué pena que sean ocho! ¡Qué lástima que sea el séptimo de los ocho! Ganas de llorar me dan.
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Gracias, ya con eso me retiro por este año, casi.
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El octavo de los siete, ¿eh? Torpeyvago también lo ha resaltado…
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Así es, espero hayan sido de su agrado.
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