Baila el demonio en su orilla,
en sus ojos la luz no existe,
una ausencia oscura,
ensombrecida por la privación,
de aquella luz que el mundo le negó.
No lleva nada encima,
arrancada cada tela con sus manos,
ni la piel se ha salvado,
el corazón ha expuesto,
hundiéndose las garras en el pecho.
A su ausencia fue creado,
como respuesta a la frustración,
de aquello no conseguido.
Maldice al mundo, todo maldecido,
los dientes apretados y los nudillos enrojecidos.
Baila el demonio en su orilla,
resoplando y mascullando,
convirtiendo el dolor en rabia,
siempre a la espera,
de que su falta sea eterna,
para que alimentar ese odio,
ese sentimiento que le alimenta.
¿Volverá su luz a apaciguarle?
¿Se los llevará con ella?
¿O es que han venido para quedarse
para dominar al alma muerta?
Y éste es el que a todos los negros demonios les dio el rojo. No baila, sino que desahoga, inútilmente, el ardor interior. Échale la culpa a otro.
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No podría nadie haberlo resumido mejor.
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